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Consideraciones sobre los efectos electorales de los atentados terroristas del 11-M (página 2)



Partes: 1, 2

 

Los resultados que arrojaban estos sondeos no dejaban
espacio, en principio, para la duda: con una diferencia que
oscila entre los 13 y los 45 diputados (entre un 1’3% y un
7’5% de los votos), el PP se alzaría con la victoria
en las elecciones. En realidad, estos sondeos venían a
corroborar la sensación generalizada, en los medios de
comunicación, los ciudadanos y los propios partidos
políticos, de que las elecciones, a diferencia de los
comicios anteriores del año 2000, eran decisivas, pero no
tanto por dilucidar quién las ganaría (que,
parecía claro a raíz de las Elecciones
Autonómicas de 2003 y, sobre todo, la repetición de
las mismas en la Comunidad de
Madrid tras un
caso de transfuguismo que afectaría al PSOE, sería
de nuevo el PP), sino por si lo haría con o sin
mayoría absoluta.

Corroboraban dicha sensación, pero con matices.
Porque si marcan como probable la victoria del PP, también
parecen decantarse mayoritariamente por una victoria sin
mayoría absoluta. Es más, en algunos casos (las
encuestas de
la Cadena SER y, sobre todo, La Vanguardia) podría
hablarse, más que de victoria ajustada del PP, de "empate
técnico". Así lo haría antes de las
elecciones la profesora de Ciencias
Políticas en la Universidad
Complutense Belén Barreiro [3], y también
Julián Santamaría, igualmente profesor de
Ciencias Políticas en la misma universidad, ex director
del CIS y actual director del Instituto Noxa (autor de la
encuesta de
La Vanguardia):

Cuando los partidos están igualados a votos
decimos que hay empate. Empate, sin más. Cuando las
diferencias entre los dos quedan dentro del margen de error que
permite la muestra decimos
que hay empate técnico. Esto último es
exactamente lo que dice la nuestra. Que los resultados del PP y
del PSOE pueden oscilar en torno a un 2,5%
hacia arriba o hacia bajo y, por tanto, que cualquiera de los
dos podría alzarse con la victoria, aunque hoy por hoy
el Partido Popular siga teniendo más probabilidades de
ganar y de ganar por mayor diferencia. Se podrá
argumentar que juego con
ventaja diciendo que todo es posible. Pero eso es lo que dicen
los datos al inicio
de la campaña oficial y es obvio que, al comentarlos, no
pueda ni deba decir más de lo que ellos dicen. Aun
así, asumimos un riesgo muy
notable. Primero, porque no es eso lo que piensan los
entrevistados. Aumenta entre éstos el número de
los que prefieren a José Luis Rodríguez Zapatero
frente a Mariano Rajoy y los que preferirían que ganase
el PSOE, aunque la inmensa mayoría cree que
ganará el Partido Popular. Segundo, porque no se trata
sólo de la opinión común, ya que son
muchos los observadores y analistas que la comparten. Y
tercero, porque, habiendo seguido con mucha atención las encuestas que se han
publicado en los últimos meses, no he visto hasta ahora
ninguna que apuntase como ésta a un empate
técnico, aunque casi todas marquen una ligera tendencia
a la reducción de la distancia entre PP y PSOE.
(2004).

Parafraseando a Julián Santamaría, no se
trata de extrapolar consecuencias de las cifras de una encuesta
(es decir, asumir que la situación electoral anterior al
11-M ya se caracterizaba por la igualdad entre
los dos grandes partidos, o el "empate técnico" PP–
PSOE), pero tampoco de pasarlas por alto. La situación
preelectoral anterior al 11-M que marcaban las encuestas
pronosticaba la victoria del PP, en efecto, pero también
indicaba claramente que sería muy difícil, casi
imposible, la reedición de la mayoría absoluta de
2000. Todas las encuestas mostraban un recorte de las diferencias
entre el PP y el PSOE respecto a una "situación de
partida" mucho más beneficiosa para el partido entonces en
el Gobierno, y las
discrepancias de grado entre unas y otras no eludían la
constatación de que la victoria, de darse, como
parecía entonces probable, se produciría sin
alcanzar los 176 diputados [4].

A falta de una tendencia clara, la comparación
entre estos datos y los de las encuestas "a pie de urna" o
"israelitas", efectuadas el mismo día de las elecciones,
permite arrojar cierta luz sobre el
impacto de los atentados del 11-M en los resultados electorales,
pero, al mismo tiempo, sobre
las deficiencias de las encuestas como instrumento para
establecer comparativas:

Como puede verse, la victoria (más o menos
desahogada) del PP que pronosticaron los sondeos preelectorales
se convierte aquí, en los sondeos a pie de urna, en un
empate técnico absoluto (mínimamente favorable al
PP en dos sondeos, al PSOE en otro, pero en todo caso en
términos despreciables desde el punto de vista de la
probabilidad).
Sólo encontramos una llamativa excepción: la
encuesta de Tele 5, efectuada por Demoscopia, que indicaba unos
resultados muy similares a los que habían pronosticado las
encuestas preelectorales.

¿Cuál era el motivo de esta
distorsión entre la encuesta de Demoscopia y las
demás? Justamente que, a causa de las negativas
experiencias en anteriores comicios con los sondeos a pie de urna
(que normalmente fallaban aún en mayor medida que lo
hacían los sondeos preelectorales), Demoscopia
había decidido no efectuar un sondeo a pie de urna, y
sustituirlo por una encuesta preelectoral similar en su
configuración y características a las que hemos
visto en la Tabla 1, pero con la ventaja de contar con datos
más cercanos en el tiempo al día de las
elecciones… y la enorme desventaja de efectuar la recogida
de datos con anterioridad al 11-M.

En este contexto, la comparación entre las
encuestas preelectorales (incluida en este apartado la encuesta
de Demoscopia a la que acabamos de referirnos) y las encuestas a
pie de urna resulta esclarecedora: si asumiéramos como
ajustados a la realidad los datos arrojados por unos y otros
sondeos, el 11-M habría tenido una importante incidencia
en las elecciones generales, que oscilaría entre los diez
y los treinta escaños de aumento y disminución de
PSOE y PP, respectivamente.

El problema es que las encuestas a pie de urna
también se equivocaron. En menor medida que las
preelectorales (dado que, obviamente, el impacto del 11-M ya
estaba incluido en los resultados), incluso podría decirse
que dentro del margen de error del 3% en el mejor de los casos,
pero, de nuevo, no supieron ver una victoria del PSOE más
clara en votos (5% de diferencia) que en escaños (16),
pero más amplia, en cualquier caso, que lo que las cifras
de las "israelitas" pronosticaban. ¿De dónde
provenía la distorsión? Creemos que, en buena
medida, de un factor crucial en los procesos
electorales en España: el
aumento de la participación y la aparición del
famoso "voto oculto" socialista, convertido en "voto
antiAznar".

2) Resultados electorales

A lo largo de la jornada electoral se detecta ya un
elevado índice de participación, muy superior a las
elecciones de 2000 y similar a las elecciones de 1996. Se
argumentó en su día que la derrota del PP se
configuró a partir del aumento de la participación
en las regiones donde tradicionalmente ostentaba menor
representación (Andalucía, Cataluña y, con
matices, el País Vasco), y en parte así se percibe
revisando los datos por comunidades autónomas, en la
muestra que ofrecemos en la Tabla 3:

Tabla 3: Datos de participación
por comunidades autónomas.

Fuente: electionresources.org y
elaboración propia.

Podemos observar que, en el caso de Cataluña y
País Vasco, el aumento de la participación respecto
a las elecciones de 2000 (un 12% y un 11’2% más,
respectivamente) es sensiblemente mayor a la media (un 7%),
mientras que en las regiones donde el PP obtiene normalmente
mejores resultados el aumento es ligeramente menor (un 5’2%
en Castilla- León, un 6% en Galicia y un 6’8% en
Madrid), aunque lo mismo ocurre en Andalucía, con un 6% de
aumento. Es decir, el aumento de la participación se dio
normalmente en mayor medida en las regiones socialistas
pero tampoco se trata de un incremento que nos permita explicar,
por sí solo, el vuelco electoral. Observando los sufragios
obtenidos por ambos partidos en estas comunidades
autónomas podremos arrojar más luz sobre el efecto
de la participación:

Tabla 4: Porcentaje de voto de PP y PSOE
por comunidades autónomas.

Fuente: electionresources.org y
elaboración propia.

Aparece un dato curioso: el aumento de los votos del
PSOE respecto a 2000 es mayor que la media (+8’4%) en las
regiones donde en 2000 sufrió un mayor castigo electoral,
y significativamente menor en las regiones afines: así, el
PSOE aumenta respecto a 2000 un 9’7% en
Castilla-León, un 8’2% en la Comunidad Valenciana,
un 13’5% en Galicia y un 11% en Madrid, y "sólo" un
6’4% en Asturias (donde el relativamente "modesto" avance
del PSOE puede explicarse, atendiendo al criterio tradicional de
interpretación de las elecciones generales
en España, a una baja participación del
71’7%, en comparación con el 75’9% de 1996),
un 5’5% en Cataluña y un 3’9% en el
País Vasco. La única región que rompe esta
regla es, nuevamente, Andalucía, donde el aumento del PSOE
alcanza un 9%.

¿Por qué son, pues, tan importantes los
resultados de Andalucía, Cataluña y País
Vasco? Su importancia deriva no tanto del aumento del PSOE cuanto
del descenso del PP, más importante, por lo general, que
la media (-6’8%): un 6’9% en Andalucía, un
7’2% en Cataluña y un 9’4% en el País
Vasco, frente a un 5’4% en Castilla-León, un
5’3% en la Comunidad Valenciana y un 2’5% en
Asturias. Sin embargo, tampoco esta resulta una
explicación satisfactoria, puesto que, con la
excepción del País Vasco, el descenso no es en
realidad mucho más pronunciado que la media, y en
comunidades donde el PP habitualmente gana las elecciones ha
sufrido descensos igualmente significativos: un 6’9% en
Galicia y un 7’5% en Madrid.

Si observamos la traslación de estos votos en
escaños, la importancia de Andalucía,
Cataluña y País Vasco es mucho mayor (15
escaños de diferencia a favor del PSOE en Andalucía
y Cataluña, y un auténtico vuelco electoral
–el PP pasa de 7 escaños en 2000 a cuatro ahora,
justamente lo contrario que le ocurre al PSOE), quizás a
causa de las circunstancias particulares de estas comunidades
autónomas (existencia de partidos nacionalistas en
Cataluña y País Vasco que colocan al PP, como
"tercer partido", en una posición desventajosa en el
reparto de escaños y la desaparición del Partido
Andalucista e Izquierda Unida en Andalucía, que convierten
el reparto en un bipartidismo puro que, nuevamente, beneficia al
PSOE), pero no puede decirse que, ateniéndonos a los
índices de participación, se observe una tendencia
clara diferenciando por comunidades autónomas.

Tabla 5: Datos de participación en
municipios. 

Fuente: Ministerio del Interior y
elaboración propia

Resulta evidente que el aumento de la
participación beneficia al PSOE, pero lo hizo por igual, o
al menos sin disonancias dignas de mención más
allá de diferencias anecdóticas (salvo,
quizás, en el País Vasco).

Los datos de participación, sin embargo, sirven
para poner de manifiesto, con independencia
de las eventuales diferencias por comunidades autónomas,
un factor importante: las comunidades, provincias y municipios
donde el PP suele obtener una mayoría de los votos son
más participativos que aquéllos donde es la
izquierda quien gana las elecciones, y son, además,
más "disciplinados", es decir, votan de manera
sistemática, con independencia de que las elecciones sean
decisivas o no, a diferencia de lo que ocurre en los feudos de la
izquierda, cuyos votantes son tradicionalmente más
abstencionistas que los votantes del PP y tienden a abstenerse
salvo en situaciones que perciben como cruciales.

Este fenómeno, que puede apreciarse ya en el
análisis de los datos de
participación de comunidades autónomas, queda
claramente de manifiesto en las siguientes dos tablas, que
agrupan veinte municipios españoles que esperamos resulten
representativos del conjunto del país (asumiendo la
distorsión que supone excluir el voto rural), de los que
mostramos datos, respectivamente, de participación y
porcentaje de voto en los comicios de 1996, 2000 y
2004:

Tabla 6: Porcentaje de voto de PP y PSOE
en municipios.

Fuente: Ministerio del Interior y
elaboración propia.

Las tablas muestran con cierta persistencia que aquellos
municipios (en particular, en las grandes ciudades) donde el PP
gana las elecciones suelen presentar unos datos de
participación mayores que la media, y lo hacen,
además, en mayor medida en un contexto en el que la
participación general es menor, como ocurriría en
las elecciones de 2000.

Barrios como Salamanca o Retiro en Madrid, Sarrià
en Barcelona, Pla del Real en Valencia o Triana en Sevilla, o
capitales de provincia como Murcia, Vitoria o Salamanca
así lo atestiguan. Por el contrario, los feudos de la
izquierda, además de mostrar de manera casi
sistemática una participación menor que los
bastiones del PP, también incrementan su abstencionismo en
mayor medida que la media. Así ocurre, por ejemplo, en
Puente Vallecas (Madrid), Ciutat Vella (Barcelona), Este
(Sevilla) o Poblats Oest (Valencia), y en municipios como Santa
Coloma de Gramenet, L’Hospitalet de Llobregat o
Sanlúcar de Barrameda. En las elecciones de 1996 y 2004,
por el contrario, con un alto índice de
participación en ambas, el aumento en estos centros
poblacionales se da a la inversa: aunque los datos absolutos
siguen siendo mayores, por lo general, en los feudos del PP, el
aumento es mucho más pequeño que en los municipios
y barriadas tradicionales de la izquierda.

Es la participación, por tanto, el principal
factor que provoca el vuelco electoral, pone en evidencia las
encuestas y pone de manifiesto, también, que el
público ha percibido estas elecciones como decisivas. Las
preguntas, sin embargo, afloran de nuevo: ¿por qué
se moviliza el público, en particular el público de
izquierdas? ¿Y en qué medida esta
movilización es producto de
los atentados y su posterior evolución en los medios de
comunicación, el quehacer político y la
participación ciudadana en manifestaciones
sociales? De nuevo, no existe una respuesta clara. Pero sí
podemos indicar lo siguiente:

1) Los atentados contribuyeron poderosamente, como
resulta lógico, a la movilización electoral, con
independencia del signo político que con anterioridad a
los mismos sintieran como más afín los ciudadanos
potencialmente abstencionistas y que finalmente decidieron votar.
Esta sobremovilización, indeterminable
numéricamente (parece claro que sin mediar los atentados
la participación habría sido más reducida,
pero también lo es que, en todo caso, habría sido
mayor que en el año 2000; el sondeo preelectoral del CIS,
por ejemplo, pronosticaba un índice de
participación del 75%, muy similar al que finalmente se
dio), resulta beneficiosa, por lo anteriormente expuesto, para la
izquierda [5].

2) Este aumento de la participación pudo derivar
especialmente de la implicación de los nuevos votantes, y
en general los votantes jóvenes, en las elecciones, una
implicación mayoritariamente contraria al Partido Popular.
En un curioso proceso que ya
había vivido el PSOE en sus años de Gobierno,
podemos aventurar que quizás el PP había logrado
hacerse con buena parte del voto de la tercera edad,
mayoritariamente partidaria de la estabilidad política (y por ende,
de tendencia conservadora en el sentido de apoyo al Gobierno),
perdiendo en el camino los apoyos, mayoritarios en 1996, entre
los más jóvenes, una pérdida de apoyos que
pudo visualizarse claramente en las manifestaciones antiguerra de
2003, y en las propias manifestaciones del 12 y 13 de
Marzo.

3) Junto al propio factor inicial de los atentados, la
gestión
posterior del Gobierno fue compendio, para buena parte de la
ciudadanía, de la peor parte del balance de
los cuatro años de Gobierno del PP con mayoría
absoluta [6]:

•el autoritarismo y el monopolio de
la verdad: la crisis se
gestiona totalmente en solitario, se descalifica a
aquéllos que apuntan la posibilidad de una línea
distinta a la marcada por el Gobierno (tildándolos de
"miserables"), y se utiliza subrepticiamente el atentado para
atacar a los adversarios políticos, como queda patente
en el propio lema de las manifestaciones del 12 de
Marzo.

•la manipulación informativa,
tanto por parte del Gobierno, insistiendo continuamente en la
autoría de ETA, como por parte de los medios de
comunicación públicos [7], en
particular TVE, que mostró, en su programación especial, un rosario de
imágenes
de anteriores atentados de ETA, entrevistas
con las víctimas del terrorismo
de ETA e incluso la programación súbita, el
sábado 13 de Marzo, del documental "Asesinato en
Febrero", sobre el asesinato del político vasco del
PSOE, Fernando Buesa, por esta banda terrorista.

•Y el sorprendente giro atlantista en la
política exterior que llevaría al Gobierno del PP
a apoyar sin reservas la invasión de Irak en
Marzo-Abril de 2003, haciendo caso omiso al sentir
mayoritariamente contrario (en torno al 90%, según los
sondeos) de la opinión
pública. Por injusto que resulte, los atentados, una
vez queda confirmada la autoría del terrorismo de
raíz islamista, son leídos como consecuencia
directa de este viraje en la política
exterior.

De esta forma, si las campañas electorales son
fundamentalmente un instrumento de precipitación del voto
en la jornada electoral (voto que puede estar decidido en mayor o
menor medida con anterioridad a la propia campaña), los
atentados, pero sobre todo la gestión posterior de los
mismos [8], habrían contribuido a que una parte importante
del público optase por votar, o por cambiar su voto, en el
último momento, en lo que se llamó el "voto
Antiaznar" [9], en virtud del cual potenciales abstencionistas
votaron al PSOE, votantes del PP fueron a la abstención o
a otros partidos (no olvidemos que aunque la participación
subió ocho puntos, los votos totales del PP descendieron,
no drásticamente, pero sí de forma importante,
más o menos medio millón de votos), y votantes de
otros partidos (en particular, pequeños partidos
nacionalistas como el BNG y, sobre todo, Izquierda Unida)
acabaron dando su apoyo al PSOE con el fin primordial de,
más que conseguir que este partido ganase las elecciones,
que no las ganase el PP, esto es, "castigar" al PP y, muy
particularmente, a José María Aznar. Así fue
leído en la prensa
española y extranjera, como podemos ver en esta tira
gráfica (de Oroz, en el Diario de Navarra, el 16 de Marzo)
altamente descriptiva:

Esta concentración de apoyos en torno al PSOE, o
búsqueda del "voto útil" tanto de la izquierda como
de la oposición genérica al PP, probablemente
permitió sobreponderar los resultados del partido ganador,
beneficiado también por el sistema
electoral, reeditando lo sucedido en 1982 (hasta las elecciones
de 2004, récord de votos del PSOE, pero también los
comicios en los que el PCE, antecesor de IU, presentó
peores resultados), y acentuando la tendencia, sistemática
en la democracia
española en casi todos los procesos electorales
anteriores, hacia el bipartidismo.

La lectura de los
apoyos al PSOE como "voto en negativo" también contiene,
para algunos analistas, aspectos indudablemente positivos como
ejemplo de un aumento de la cultura
cívica de los españoles. Así, Enrique Gil
Calvo afirma que "en contra de lo que todos esperábamos,
el pueblo español ha
sido capaz de comportarse como ciudadano y no como
súbdito, osando exigir la rendición de cuentas a su
gobernante. Y, por primera vez en la historia de nuestra
democracia —y esperemos que sirva de precedente para
ocasiones futuras—, el pueblo español ha ejercido la
accountability, recusando formalmente al gobernante
saliente" [10]. (2004).

¿Podría percibirse un fuerte "sentido
vico" en
la
motivación del voto de una parte de los ciudadanos?
¿Estaríamos hablando, siguiendo a Habermas, de la
búsqueda de un modelo de
democracia deliberativa, con una fuerte sociedad civil
imbricada en la vigilancia y el diálogo
permanente con las manifestaciones del poder? Al fin
y al cabo, el vuelco electoral del 11-M podría leerse, en
este contexto, como un castigo del público al Gobierno,
pero un castigo por su desinterés por tener en cuenta a la
opinión pública. Como clarifica
Habermas:

Los procedimientos
y presupuestos
comunicativos de la formación democrática de la
opinión y de la voluntad funcionan como las más
importantes esclusas para la racionalización discursiva
de las decisiones de un gobierno y de una administración sujetos al derecho y a la
ley.
Racionalización significa más que mera
legitimación, pero menos que constitución del poder. El poder
disponible de modo administrativo modifica su propia estructura
interna mientras se mantenga retroalimentado mediante una
formación democrática de la opinión y de
la voluntad común, que no sólo controle a
posteriori
el ejercicio del poder político, sino
que, en cierto modo, también lo programe. A pesar de
todo ello, únicamente el sistema
político puede ‘actuar’. El sistema
político es un subsistema especializado en la toma de
decisiones colectivamente vinculantes, mientras que las
estructuras
comunicativas del espacio público conforman una red ampliamente
expandida de sensores que
reaccionan ante la presión
de los problemas
que afectan a la sociedad en
su conjunto y que además estimulan la generación
de opiniones de mucha influencia. La opinión
pública transformada en poder comunicativo mediante
procedimientos democráticos no puede
‘mandar’ ella misma, sino sólo dirigir el
uso del poder administrativo hacia determinados canales [11].
(1999: 244).

El Gobierno del PP, con su gestión de los
atentados y la actuación precedente, según esta
vía de interpretación, habría recusado los
principios del
buen gobernante, siguiendo a Víctor Sampedro: "El
representante democrático debe cumplir tres requisitos
(Sartori 1999). En primer lugar, la receptividad
(responsiveness) a las demandas del electorado, aunque con
cierta independencia y liderazgo. En
segundo lugar, el líder
debe rendir cuentas (accountability) de su
gestión. De ahí la importancia del voto de castigo,
sobre todo en cuestiones económicas; y de la información negativa o los
escándalos como pistas para votar. En tercer lugar, el
líder debe ser revocable (removability),
pudiendo ser destituido en determinados momentos. La
tensión entre receptividad y liderazgo, la necesidad de
rendir cuentas y la posibilidad de ser revocado, sitúa al
político ante el dilema de acatar o manipular la OP".
(2000: 168) El Gobierno, y en particular su presidente,
José María Aznar, habría ignorado las
demandas del electorado a propósito de una serie de
cuestiones; se habría negado a rendir cuentas de su
gestión, y a reconocer, en su caso, los errores cometidos.
Y posiblemente la confianza en la irrevocabilidad de sus actos
(pasara lo que pasara en 2004, José María Aznar
terminaría allí su etapa como Presidente del
Gobierno no presentándose a la reelección)
propició dicho comportamiento. El voto de castigo sería,
pues, un intento de parte de la ciudadanía de ejercer su
poder como opinión pública vigilante del Gobierno,
y ejercer la revocación de un dirigente que no se
presentaba a las elecciones, pero posiblemente fue el principal
perdedor de las mismas.

4) Por último, cabría preguntarse si el
vuelco electoral fue producto de un shock
momentáneo a causa, bien de los atentados, bien de la
posterior gestión del Gobierno, fácilmente
reversible una vez superado, o corresponde a una tendencia de
fondo más acusada que habría sido alentada, en todo
caso, por los atentados y los eventos
posteriores.

A falta de datos contundentes al respecto, las encuestas
poselectorales sí muestran un apoyo mayoritario al actual
Gobierno del PSOE, incluso más acusado que el que
recabó en las elecciones (por ejemplo, el barómetro
de Abril del Centro de Investigaciones
Sociológicas indica una estimación de voto del
45’8% al PSOE y el 35’4% al PP). Por otra parte, las
Elecciones Europeas de Junio de 2004 supusieron una nueva
victoria del PSOE, aunque el PP recortó las distancias
(43’3% frente a 41’3%), si bien el bajo índice
de participación (un 45’9%) nos debería
obligar a asumir estos datos con reservas (especialmente porque
la misma tendencia a una desigual participación del
electorado de derechas e izquierdas que observábamos en
las elecciones generales puede detectarse, muy acentuada, en este
caso).

3) Conclusiones

Fracaso de los sondeos: Los sondeos
de opinión efectuados para instituciones
públicas y medios de comunicación cosecharon en
2004 un nuevo fracaso. Y no podía ser de otra manera. Como
ya indicamos, desde el momento en que se producen los atentados
terroristas, los sondeos efectuados con anterioridad quedan
invalidados. Y ello por una razón muy sencilla: como
"fotografía" de un estado
concreto de la
opinión pública, los sondeos adquieren mayor
valor (y una
posición más central en el proceso de
formación de la opinión pública) en virtud
de que se desarrollen en un contexto general de "normalidad",
esto es, en la medida en que no ocurren acontecimientos
particularmente significados entre la fecha de
configuración de los sondeos y la fecha de las elecciones
[12].

Sin embargo, no nos resistimos a realizar una breve
reflexión respecto de los fallos continuados de los
sondeos en las elecciones generales españolas (recordemos
que al menos desde 1993 fracasan sistemáticamente).
Quizás las empresas e
instituciones encargadas de configurar las encuestas en
España no hayan podido superar aún su dependencia
de los procesos electorales inmediatamente anteriores. En 1993 y
sobre todo 1996 los institutos demoscópicos
sistemáticamente minusvaloraron el alcance de la
participación y el "voto oculto" socialista. En 2000, en
un contexto de baja participación que ya podía
adivinarse mucho antes de las elecciones, se sobreponderó
enormemente el famoso "voto oculto" socialista. En 2004,
finalmente, y asumiendo que en estos comicios particulares los
sondeos cuentan con la "excusa" de los atentados del 11-M, se
volvió a infraponderar el "voto oculto" socialista,
hablando en su lugar (a raíz, de nuevo, de lo sucedido en
las elecciones inmediatamente anteriores) de un "voto oculto"
popular. Tal vez sea hora de tener más en cuenta, en la
configuración a partir de los datos brutos (o "cocina") de
las encuestas de opinión, otros factores, y en particular
el grado de participación previsible (que es el que, en
última instancia, acaba arrastrando el "voto oculto",
más bien "voto abstencionista").

Proceso acelerado de la opinión
pública:
El 14 de Marzo, tres días
después de los atentados, las elecciones generales en
España, con un alto grado de participación,
otorgaron una sorprendente victoria al PSOE. "Sorprendente"
según los parámetros en que nos movíamos con
anterioridad al 11-M, pero quizás no tanto después
de lo vivido en estos tres días. Aunque el lapso de tiempo
entre atentados y elecciones fue muy breve, la intensidad de lo
vivido, la proliferación de datos y el interés
del público por conocerlos, interpretarlos y debatirlos,
la madurez de la opinión pública española,
en suma, ya demostrada el año anterior a raíz de la
eclosión del movimiento
anteguerra [13], propiciaron la formación de un proceso
acelerado de la opinión pública; acelerado, porque
ésta se movilizó, recorriendo todas las fases del
proceso de formación de opiniones (culminado con el voto)
a gran velocidad, en
una especie de lucha "contra el tiempo" que mediaba entre los
atentados y las elecciones [14]. Y un proceso, además, que
configura una opinión pública aún
incipiente, pero posiblemente de raíz distinta a la
"tradicional": una opinión pública que se rige por
las reglas, prácticamente a todos los niveles, de la
comunicación en red, y obra en consecuencia.
Y es que, apelando, para finalizar, de nuevo a Jürgen
Habermas:

El espacio de la opinión pública, como
mejor puede describirse es como una red para la
comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir,
de opiniones, y en él los flujos de
comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal
suerte que se condensan en opiniones públicas
agavilladas en torno a temas específicos. Al igual que
el mundo de la vida en su totalidad, también el espacio
de la opinión pública se reproduce a
través de la acción comunicativa, para la que basta
con dominar un lenguaje
natural; y se ajusta a la inteligibilidad general de la
práctica comunicativa cotidiana. Al mundo de la vida
hemos empezado acercándonos en su calidad de
depósito de interacciones simples; con éstas
quedan también retroalimentativamente conectados los
sistemas
especiales de acción y de saber que se diferencian
dentro del mundo de la vida. Éstos parten, o bien de
funciones
generales de la reproducción del mundo de la vida (como
sucede con la religión, la
escuela,
la familia),
o bien (como sucede con la ciencia,
la moral y
el arte) de
diversos aspectos de validez del saber circulante en la
comunicación lingüística cotidiana. Pero el
espacio de la opinión pública no se especializa
ni en uno ni en otro aspecto; en la medida en que se extiende a
cuestiones políticamente relevantes, deja la
elaboración especializada de ellas al sistema
político. El espacio de la opinión pública
se distingue, más bien, por una estructura de
comunicación que se refiere a un tercer aspecto de la
acción orientada al entendimiento: no a las funciones,
ni tampoco a los contenidos de la comunicación,
sino al espacio social generado en la acción
comunicativa. (1998: 440 – 441).

Bibliografía citada

– BARREIRO, Belén (2004a): "¿Habrá
sorpresa el 14-M?", El País, 9 de Marzo de
2004.

– BARREIRO, Belén (2004b): "14-M: Y hubo
sorpresa…", El País, 16 de Marzo de
2004.

– ECO, Umberto (2004): "El público le hace mal a
la
televisión", en
.

– GIL CALVO, Enrique (2004): "¡Qué
felicidad vivir sin Aznar!", El País, 25 de Marzo
de 2004.

– HABERMAS, Jürgen (1998): Facticidad y
validez
. Madrid: Trotta.

– HABERMAS, Jürgen (1999): La inclusión
del otro
. Barcelona: Paidós.

– HERAS, María de las (2004): "El terror no
cambió las preferencias electorales del 14-M, sólo
las radicalizó", El País, 20 de Marzo de
2004.

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– WERT, José Ignacio (1996): Carta abierta a
un incrédulo sobre las encuestas y su muy disputado
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Notas

[1]: Como resumen Cándido Monzón y
José Luis Dader: "Las encuestas de opinión son un
procedimiento
para conseguir información (opiniones) a través de
mediciones cuantitativas de un grupo de
sujetos (muestra) que pretende representar a un universo mayor
(población), dentro de unos márgenes
de error controlados (probabilidad). Como toda técnica que
investiga la realidad, las encuestas pueden ser de gran utilidad (…)
para el estudio de las opiniones, actitudes,
valores e,
incluso, la opinión pública, sabiendo que la
información que nos aportan no es exacta, sino aproximada
o probable". (1992: 465).

[2]: Hablamos en todo momento de sondeos
públicos, generalmente encargados por los medios de
comunicación de masas y publicados, según marca la ley, con
un mínimo de cinco días de antelación
respecto al día de las elecciones. Con posterioridad a
dicho proceso electoral aparecieron en la prensa diversas
alusiones a los sondeos privados manejados por los partidos
políticos, que arrojarían unas cifras no por
casualidad coincidentes con la estrategia
política poselectoral de cada partido (achacar el vuelco
electoral a los atentados, en el caso del PP; minimizarlo, en lo
concerniente al PSOE), y que hablaban de unos resultados que
oscilaban entre la mayoría absoluta del PP y el empate
técnico favorable en votos al PSOE. Obviamente, no podemos
tomar como referencia supuestos estudios de carácter privado y sujetos a todo tipo de
filtraciones interesadas.

[3]: Barreiro apuntaba, a cinco días de las
elecciones, la importancia de la movilización del
electorado y en particular de los "indecisos", mayoritariamente
afines al PSOE: "Los individuos que dejan para el final la
decisión de a quién votar no se distribuyen
uniformemente a lo largo del eje ideológico, de 1 (extrema
izquierda) a 10 (extrema derecha). Los indecisos son
principalmente de izquierdas. En 2000, mientras que el 50% de los
indecisos se situaba en el área izquierda del eje (del 1
al 5), únicamente el 14% lo hacía en la zona de la
derecha (del 6 al 10). El grueso de los indecisos, el 28%, se
hallaba en el punto 5 de la escala,
técnicamente el centro izquierda, mientras que el 18% se
colocaba en la izquierda (posiciones 3 y 4). La indecisión
en la derecha era, por el contrario, mucho menos frecuente:
únicamente el 9% de los ciudadanos indecisos se
consideraba de centro derecha (posición 6) y el 5% de
derecha (posiciones 7 y 8). Esta asimetría en la distribución ideológica de indecisos
es, sin duda alguna, un determinante crucial de la incertidumbre
en las elecciones del 14 de marzo. Si los indecisos de izquierda
se activan a favor del PSOE, Zapatero puede ser presidente".
(2004a).

[4]: Excluimos de esta interpretación algunos
elementos de juicio que contribuirían a socavar en mayor
medida la fiabilidad de las encuestas, como son las posibles
inexactitudes en el tratamiento de las mismas, es decir, amplitud
y adecuación de la muestra, método de
análisis —la famosa "cocina" de las encuestas—
e incluso intencionalidad política de la
publicación de unos determinados resultados por parte de
los medios de comunicación.

Dichas inexactitudes, e incluso utilización
partidista, de las encuestas, podrían contribuir a
explicar su falta de acierto, de proporciones mayúsculas,
en las elecciones generales españolas, pero conviene, por
indemostrables, no incluirlas en la interpretación de los
datos que hacemos aquí.

[5]: Aunque, como hemos dicho, nunca podremos estar
seguros de en
qué medida los atentados alentaron al público a
votar, ni a qué partido votar, la encuesta poselectoral
del CIS de Marzo-Abril de 2004 indica un 10’6% de
respuestas que afirmaron decidir su voto después de los
atentados del 11-M; en preguntas más específicas,
un 4% de los votantes de IU, y un 9’4% de los votantes del
PSOE, por sólo un 1’5% de los votantes del PP,
manifiestan haber votado por cada uno de estos partidos
principalmente "por los atentados del 11-M y sus consecuencias".
Por otra parte, la investigadora mexicana María de las
Heras considera también que el porcentaje de votantes que
decidió acudir a las urnas a raíz de los atentados
y los eventos posteriores, y en particular los votantes que
optaron por el PSOE, es de un 10%, muy similar al marcado por el
CIS: "Sostengo, porque mi escenario inercial me permite
afirmarlo, que lo único que lograron los terroristas fue
mover a las urnas a un millón de electores más que
los que hubieran votado en condiciones normales por el PSOE. El
90% de los votos que obtuvieron José Luis Rodríguez
Zapatero y su equipo los hubieran obtenido con o sin actos
terroristas, y el otro 10% proviene también de
simpatizantes de la opción socialista, la mayoría
concentrados en las provincias donde la izquierda ya era primera
fuerza".
(2004).

[6]: Felipe Romero sintetiza con tino este proceso de
cristalización en parte de la opinión
pública de un Gobierno, el del PP, profundamente
deslegitimado: "La verosimilitud es la posibilidad de que una
descripción de los hechos, sin ser
necesariamente cierta, pudiese llegar a serlo. A lo largo de tres
días, resultó verosímil pensar que el
responsable del atentado fuese Al Qaeda en lugar de ETA. En estos
momentos, esta interpretación, a parte de ser
verosímil, parece coincidir con algo así como "los
hechos". En segundo lugar, a un cuerpo importante del cuerpo
social le ha resultado verosímil pensar que el PP no solo
se equivocó sino que se le atribuye intencionalidad:
ocultación y desvío de las responsabilidades
políticas. Un paso más allá, se le atribuye
la pretensión de, ante la imposibilidad de ocultar la
autoría, al menos desplazar el reconocimiento oficial de
la autoría más allá del domingo. Y en un
cuarto momento, para los manifestantes ante las sedes del PP (y
no solo) cobra sentido una interpretación verosímil
de los comentarios de Zaplana y Rajoy como "amenaza" de una
suspensión de las elecciones. Así, ante la ausencia
de "verdad", de interpretaciones en las que hubiese consenso,
parte de la sociedad civil se agarra a lo verosímil. Le
explotan aquí al PP las experiencias de
manipulación durante los últimos cuatro
años: los hilillos del Prestige, la huelga que no
existió pero que retira Decretos, C.C.O.O., las mentiras
de distracción masiva,… Dicho de otra forma, se le agota
el crédito, y la caja salta".
(2004).

[7]: Al respecto, indica Enrique Gil Calvo: "Para
deslegitimar no tanto la victoria de Zapatero como la derrota de
Aznar, sus portavoces mediáticos denuncian la
manipulación de la opinión pública a
raíz de la masacre de Atocha. Y es verdad que ha habido
manipulación mediática. Pero quien la ha
protagonizado ha sido el Gobierno saliente, que pretendió
editar su versión de la matanza para que ningún
elector pudiese exigirle rendición de cuentas por su
evidente responsabilidad tanto por acción
-complicidad con la ilegal conquista de Irak- como por
omisión, dada su incapacidad de prevenir la previsible
venganza del terrorismo islamista. Y así es como toda la
ejecutoria entera del presidente Aznar ha quedado marcada y
definida por la manipulación mediática".
(2004).

[8]: En ese sentido interpreta los resultados
Belén Barreiro, quien afirma que "la explicación
más sonada atribuye el éxito
del PSOE a una movilización de última hora, cuyo
detonante esencial sería la matanza del 11 de marzo. Pero
no es el atentado lo que contribuye a explicar el vuelco
electoral, sino en todo caso la respuesta del Gobierno ante el
trágico suceso. Estudios sobre terrorismo y voto muestran
que los ciudadanos no hacen a sus gobiernos responsables de los
efectos de las acciones
terroristas. En España, el voto a los partidos en el
Gobierno no ha dependido nunca del número de
víctimas de ETA. Sin embargo, las mismas investigaciones
muestran que los ciudadanos son enormemente sensibles a las
reacciones de los gobiernos ante asuntos de los que de
ningún modo se les puede responsabilizar. Los votantes no
castigan los atentados, de la misma forma que no castigan la
aparición de corruptos en las filas de un partido, pero
sí la gestión que los gobiernos hacen de estos
asuntos. Un presidente no es culpable de una matanza, como
tampoco es culpable de que durante su mandato se corrompan
miembros de su equipo, pero sí está en sus manos
reaccionar con rapidez y firmeza, o no hacerlo. Es posible que en
esta ocasión los ciudadanos hayan castigado al Gobierno,
retirándole su apoyo o votando a la oposición, por
lo que para muchos observadores nacionales e internacionales ha
sido una pésima reacción ante la tragedia del 11-M.
El Gobierno del PP no ha actuado con transparencia y ha pagado
por ello". (2004b).

[9]: Podemos decir que Julián Santamaría,
ya antes del 11-M, indicaba los dos principales factores,
potenciados por la gestión del atentado, que podían
darle la victoria al PSOE: la alta participación y la
cristalización de los peores defectos del modo de gobernar
del PP: "En la última década, el desenlace
electoral ha dependido más que nada de la capacidad del
PSOE para movilizar a sus antiguos votantes y contrarrestar los
esfuerzos de los demás por impedirlo. Ese parece haber
sido el secreto de su victoria en 1993 y de su limitada derrota
en 1996, cuando los sondeos anticipaban una semana antes de las
elecciones el triunfo del PP y su mayoría absoluta,
respectivamente. A la inversa, eso explicaría, sobre todo,
su espectacular derrota en el 2000, cuyas dimensiones no
aparecían en los pronósticos pese a que a lo largo del mes
de febrero de hace cuatro años se evidenciaba la
incapacidad socialista para convencer a sus electores de que
acudieran en su ayuda. No quiero decir que las elecciones del
próximo domingo encajen tampoco en el modelo de 1993 o
1996. No tengo claro si el PSOE podrá movilizar a su
electorado como entonces, aunque no parece un despropósito
considerar la posibilidad de que, en una coyuntura como
ésta, mucho menos adversa que la del 2000, recupere
posiciones. Pero tampoco tengo claro si el PP ha comprendido la
diferencia entre la situación de hoy y la de hace cuatro
años. No tengo claro —y creo que es una interrogante
ampliamente compartida— por qué, al diseñar
su campaña, el PP no ha tratado de combinar los mensajes
de continuidad en lo que ha hecho bien con los mensajes de
innovación, rectificación y cambio en
aquellos aspectos que generan mayor desaprobación en el
electorado y que no se asocian con su actual candidato".
(2004).

[10]: Y en la misma línea se manifiesta Francisco
Laporta: "Se equivocó claramente el responsable de
Izquierda Unida cuando habló de sus votantes perdidos como
electores de voto útil. No, no hubo comportamiento
electoral estratégico, sino una clara opción
moral a favor
del interés común tomada par una parte de los
votantes naturales de esa formación.

Son seguramente los mejores votantes que tiene, y no
tiene por qué haberlos perdido. De hecho, ha sucedido lo
mismo con otro sector de electores: aquellos ciudadanos moderados
que han contemplado escandalizados cómo la mayoría
absoluta alejaba al partido que votaron hace cuatro años
del perfil básico de un partido conservador a la altura de
los tiempos, y muchos otros: todos aquellos que no han dudado
entre la exigencia moral de proteger la convivencia
constitucional y las eventuales ventajas que hubieran obtenido al
votar a su opción natural. En todos esos casos, una
reflexión madura tuvo que llevarles a la convicción
de que debían votar al Partido Socialista. Los socialistas
españoles han recibido así un importante
contingente de votos inspirados por el deber civil del sufragio
más que por la preferencia política del elector".
(2004).

[11]: Resumiendo, con Alfons Medina y Meritxell Roca:
"La política deliberativa s’ha de veure com un model
de democràcia alternatiu que enforteix els canals
institucionalitzats de formació de la voluntat i
l’opinió, així com un model més
permeable a les xarxes informals connectades amb la societat
civil. Aquest espai de conformació de
l’opinió es regenera constantment i és
difícilment accessible al control i les
intervencions de tipus polític". (2004:
77).

[12]: Véase la justificación aducida al
respecto por José Ignacio Wert, presidente de Demoscopia:
"La paradoja diabólica de las predicciones
electorales reside en que cuando la elección está
‘clara’ y no es percibida como importante, no se
producen efectos que alteren en el último momento las
predilecciones y por tanto la predicción acertada se
percibe como menos meritoria; por el contrario, cuando la
elección está muy reñida o es
‘leída’ por la gente como crítica
o importante, las propias predicciones de las encuestas, junto
con otros elementos del clima de opinión más
o menos emparentados con aquellas, contribuyen, ocasionalmente de
forma decisiva, a modificar la distribución final de las
preferencias". (1996: 124).

[13]: Conviene recordar, a este respecto, la velocidad
con que el público se movilizó para participar en
la primera de las manifestaciones, y con gran diferencia la
más importante, el 15 de Febrero de 2003, cuando el papel
de los representantes "tradicionales" de la opinión
pública, esto es, medios, partidos políticos y
sondeos, apenas estaba esbozado. Puede consultarse el
análisis, genérico y específicamente
orientado a los medios digitales, que respecto a la guerra de Irak
efectué en López (2004b y 2004c).

[14]: Siguiendo a Umberto Eco: "Lo que puso en crisis al
gobierno de Aznar (…) fue un torbellino, un flujo
imparable de comunicaciones
privadas que cobró dimensiones de fenómeno
colectivo: la gente entró en movimiento; miraba la
televisión y leía los diarios, pero
al mismo tiempo cada uno se comunicaba con los demás y se
preguntaba si lo que decían los medios era cierto.
Además, Internet permitía la lectura de
la prensa extranjera, y las noticias
podían confrontarse y discutirse". (2004).

Guillermo López García
Universitat de València

Partes: 1, 2
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